Para hacer frente al primer pago de las indemnizaciones de guerra, el gobierno francés necesitaba elevar los impuestos. El orden tenía que ser reestablecido, los comercios reabiertos, y la vida tenía que volver a la normalidad. Y por encima de todo, como Paris tenía que ser puesta bajo el control del gobierno nacional.
Defensa, fusilamiento y huida. La revuelta comienza
Al principio, Paris estaba dormida, pero pronto las masas despertaron y comenzaron a enfrentarse a los soldados. Los sucesos dieron un giro serio en Montmartre cuando las tropas se negaron a disparar a la muchedumbre y en vez de eso arrestaron a su propio comandante, Lecomte, quien fue más tarde fusilado. Pronto en toda la ciudad los oficiales se dieron cuenta de que ya no podían confiar en sus hombres. Por la tarde Thiers decidió abandonar la capital. Saltando a una diligencia que le estaba esperando dictó la orden de la evacuación del ejército a Versalles e instó a todos los ministros a seguirle. La retirada del ejército a Versalles fue caótica. Las tropas se insubordinaban y sólo los gendarmes podían mantener algo de orden. Tan apresurada fue la retirada que varios regimientos fueron olvidados en Paris. El gobierno había abandonado la ciudad.
La toma de la ciudad: ondea la bandera roja
Algunos de los comités estaban a favor de marchar sobre Versalles, sin embargo no fueron escuchados. La principal preocupación del Comité Central era la de legalizar su situación. Para ello, entraron en negociaciones con el único cuerpo constitucional que quedaba en la ciudad, la alcaldía, para solicitar la convocatoria de elecciones.
Los distritos de las clases populares eran los que más apoyaban a la comuna. La comuna se instaló formalmente en el ayuntamiento dos días después del glorioso levantamiento de primavera, el 28 de Marzo. Los batallones de la Guardia Nacional se reunieron en asamblea, se leyeron los nombres de los elegidos en las elecciones, y vestidos de rojo, subieron los escalones del Hotel de Ville bajo un cielo cubierto por un busto de la República. En lo alto ondeaba la Bandera Roja, como lo había hecho desde el 18 de marzo, y los cañones saludaron la proclamación de la Comuna de París.
El festival de los oprimidos. Política y clima reinante
De entre todas las cosas el aspecto más sorprendente de la Comuna era la naturaleza festiva de París; era el 'festival de los oprimidos'. La atmósfera de la capital no era la de una ciudad en guerra; la ciudad tenía todos los signos de estar simplemente de vacaciones. Pero pronto el buen ambiente se volvió austero. Los funerales de los guardias nacionales muertos en combate se convirtieron en grandes procesiones por toda la ciudad, solían estar encabezados por miembros de la comuna y cualquiera que se atreviera a levantar la cabeza era forzado a bajarla por los susurros de la muchedumbre. Fueron enormes ceremonias de masas la quema de una guillotina y la demolición de la Columna de Verdún (un símbolo del imperio). La excitación era tan intensa que la gente caminaba como en sueños. Incluso en el mismo día en el que las fuerzas de Versalles entraron en París, domingo 21 de mayo, había una enorme muchedumbre en los jardines de las Tullerías escuchando una serie de conciertos en ayuda de las viudas y huérfanos de la guerra.
El comienzo del fin: caen las barricadas una a una
Durante la noche y el lunes por la mañana las tropas del gobierno entraron en París. Se levantaron barricadas muy rápidamente en el centro de París. En la calle de Rivoli 50 masones construyeron en unas pocas horas una barricada de 6 metros y varios de profundidad. Bandadas de niños traían carretadas de tierra y las prostitutas de La Halle ayudaban a llenar los sacos. La mayoría eran de 2 metros de alto y estaban construidos con piedras de pavimento sacadas de las calles con parrillas de metal una base de madera en la base, un cañón o una ametralladora y un Bandera Roja ondeando en lo alto.
Las barricadas de la calle Gaubourg estaban hechas de colchones de un almacén cercano, traídas por mujeres. Otras eran simplemente obstrucciones de la calle con carretas cruzadas, ladrillos, bolsas de arena o cualquier cosa. Todo el que pasaba por ahí era obligado a echar una mano. En la Plaza Blanch un batallón de 120 mujeres levantó la legendaria barricada que defenderían vigorosamente el martes hasta ser masacradas después de su caída. Aquellos federales que se habían retirado del frente se iban a sus hogares diciendo que preferían morir en sus propios barrios.
Si la batalla había terminado, los fusilamientos no. La victoria de Versalles se convirtió rápidamente en un baño de sangre, cualquiera que había estado conectado con la Comuna de alguna forma, o que estaba en el lugar equivocado en el momento más inoportuno fue fusilado. Murieron más personas durante la última semana de mayo que durante todas las batallas de la guerra Franco-Prusiana, y que ninguna masacre anterior de la historia francesa.
ME ENCANTO LA OBRA Y LO BANCO AL MUSICO A MORIR. BESOS.
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